Hubo dos reyes, que en sus reinos discutían el camino de uno solo. Se la pasaban entre la intriga, las tramas y en las condiciones más difíciles.

Cierta vez el primero de estos reyes recorrió su reino y conoció a una linda joven que vivía en una cueva. Ella se llamaba Orílona. La muchacha aceptó los amores del soberano sin saber que era el rey, porque él no reveló su identidad.

La joven Orílona entregó su virginidad al rey y quedó encinta. Cierta noche  la muchacha soñó que el hombre de sus amores era rey y que estaba seguro de ello porque lo había visto con su corona. Ella contó al soberano su sueño y él, ante la claridad de la visión, fingió un día que iba a cazar y la dejó abandonada a su suerte.

Orílona quedó muy entristecida, pero al cabo del tiempo nació su hijo, lo crió y a los nueve años la joven murió. El niño, casi salvaje, laboraba en el interior de la tierra donde hacía su trabajo, apartado del mundo. Sin embargo, la naturaleza le dio una fuerza sobrenatural porque el muchacho no podía compararse con nadie más.

El muchacho, al nacer, salió marcado en la frente. Llevaba la sombra de la corona del reino de su padre. Cuando el joven salió a la superficie, se sintió asombrado porque nunca se había visto entre las personas. Todas ellas se admiraron porque veían a un rey y a un gigante por su fuerza y corpulencia. Cuando la gente lo aclamaba rey, el joven salía espantado y destruía lo que hallaba a su paso. Incluso, si se echaba al lado de un árbol, también este iba al suelo.

Un día llegó a un monte en el que un río profundo dividía en dos las lomas. Allí solo vivían un niño y una mujer. Cuando lo vieron lo saludaron con ceremonia. La mujer con un machete en la mano y sin ningún tipo de miedo, salió al camino y lo abrazó. Desde ese momento se enamoró de ella. Un anciano le ofreció agua de coco para que recuperara su calma y el joven se quedó a vivir allí.

El tiempo pasó y el rey de aquellas tierras ya a punto de morir, envió a sus soldados a buscar por el reino a un hombre igual a él. La tropa creyó que su soberano había perdido la razón, porque sería imposible hallar tal parecido. En la búsqueda, se apartaron y hallaron al hombre que tenía similar parecido al del rey. Para convencerlo de que los acompañara, los soldados tuvieron que librar una gran batalla. «Venga con nosotros. Usted es nuestro rey, pues es hijo del rey», le dijeron. Él respondió: «Sí, soy rey de la tierra, porque no conozco más padre que las entrañas de la tierra». Solo el anciano pudo convencerlo (puede ser una referencia a Orunmila).

Cuando fueron a salir, el joven dormía e intentaron taparlo de la mejor forma posible. Su mujer confeccionó una vestidura espesa y el anciano le obsequió una manta, que era blanca por un lado y azul por la otra.

Receloso, el joven afiló la azada con la que trabajaba y acompañó a los soldados para ir a buscar a su padre. El pueblo lo esperaba. Al llegar, el rey le dijo: «Tú eres mi hijo, tú eres rey de todo mi reino. Toma esta corona», pero cuando fue a colocársela, observó la sombra con la que había nacido y le volvió a decir: «Rey, mi hijo, te corono y te conozco».

El joven entonces le dijo: «La tierra es mi madre». Al decir estas palabras, la tierra se sacudió con fuerza y echó fuego para manifestar que él era rey del calor de sus entrañas. Después el viejo rey murió y el muchacho fue rey del trono y de las tierras que lo vieron nacer y criaron.

El patakí de este camino es muy ilustrativo de cómo puede ser la vida de una persona. Entre sus interpretaciones está que uno puede recorrer un camino difícil, pero en su destino se encuentra obtener dos títulos o la posibilidad de recibir reconocimiento en dos tierras.

Aganjú, que es otro de los nombres de este orisha puede traducirse también como deshabitado, huérfano, salvaje. Igualmente puede significar  persona recta que ocupa una posición de nobleza. Es considerado un orisha de Oyó.

Gobernó como Alafin de Oyó después de Ajaka (Dada o Ajuwon), hermano mayor de Changó. Ambos considerados hijos de Oranmiyan.

Oro Iyan es «quien conversa con furia», «enigma furioso» en referencia al magma que brota hirviendo cuando un volcán explota. Aunque algunos entendidos dicen que en tierras yorubá no existen volcanes, los oddun de Ifá narran la historia del mundo y no únicamente la historia de esa nación.

Se dice en la historia que el joven arribó a un sitio donde un río separaba las lomas en dos. Aganjú como orisha se asocia con el que traslada a las personas de una orilla a la otra; es decir, puede ser entre las orillas de un río o entre dos países. El anciano es una referencia directa a Orunmila. De este tiempo nace la tradición de ofrendarle en las ceremonias agua de coco y gallinas de Guinea para apaciguar su ira.

El vestuario que se recomienda por el babalao es ropa de ceremonia, que se emplea en el asiento de este orisha hasta hoy. Por este motivo, se recomienda que cuando el omo de este Odú se encuentre en una situación difícil o complicada, se vista con ropas de rayas diagonales semejantes a las de Aganjú. Con un atuendo similar fue que él entró a Owe y fue proclamado rey.

La tradición narra que en durante su reinado, se embelleció el palacio  y lo decoraron con cuentas de latón brillantes, plazas abiertas y áreas con techo. Aganjú tenía gustos muy exóticos y poseía, además, la habilidad para amaestrar animales.

Del oddun osa ogbejo está la siguiente que narra la forma particular de rapar la cabeza de la persona a la que se le asienta el orisha Aganjú.