Changó difundía por toda la tierra pero había un lugar al que nunca podía entrar. Era una tierra que temblaba y tronaba. Estaba también envuelta por nubes de gases incandescentes. Changó deseaba acercarse allí y transmitir la religión de Osha.
Entonces visitó a Orunmila y él vio obara osa y le marcó ebbó que tenía que llevar a la orilla del río. Así lo hizo Changó y de camino al río se encontró con Eleggúa. Después del saludo se pusieron a conversar y Elegguá le contó a Changó que después del río había un fértil valle y en este un pueblo en el que las personas no tenían sentido fijo de lo que hacían, siempre andaban distraídos no importara el asunto y que el soberano de aquel sitio no se dejaba ver de la gente y les hablaba desde lejos.
Changó quedó sorprendido por esta historia y preguntó a Elegguá cómo era posible que un pueblo así, tuviera un rey que no conocían ni veían. Con muchos deseos de saber más sobre el asunto, Changó decidió ir a conocer a aquel rey y Elegguá le contó que todas las tardes, el soberano iba a la orilla del río a refrescarse y que Oshún lo esperaba allí y sabía además dónde él vivía.
Cuando cayó la tarde, Changó llegó al río y pasado un rato, escuchó un fuerte ruido como un gran estruendo y llegó a ver a una mujer que corría por el lado opuesto del río. Poco después vio que llegaba un hombre muy fuerte y grande que se zambulló inmediatamente en el río para quitarse el humo que traía. La mujer entonces esperó a que saliera y cuando lo hizo, empezó a rociarlo con agua para que se refrescara.
Changó, que estuvo mirando toda la escena desde el otro lado del río, dio voces para que lo vieran y cuando la pareja notó su presencia, le preguntaron qué deseaba y él dijo que quería pasar el río. Entonces Aggayú, que era el nombre del gigante, arrancó una palma y la usó como bastón para cruzar a Changó a la otra orilla. Después de esto, se presentaron y volvieron a preguntarle a Changó qué deseaba. Él dijo que quería conocer al pueblo de Aggayú.
Al llegar al pueblo Changó observó que las personas caminaban sin control y que el rey no se aproximaba a ninguno de ellos. Entonces Changó indagó las razones de aquella actitud y Aggayú le dijo: «Ven a mi casa y lo sabrás». Allá fue Changó y se asombró cuando vio que el rey vivía en un volcán. Por su parte, Aggayú se maravilló cuando vio a Changó caminar sobra la lava sin quemarse y le preguntó cómo era eso posible y Changó le dijo: «Yo soy el único hijo de Yemayá y estoy aquí para ayudar a su pueblo, porque he presenciado cómo algunos de sus hijos pueden hablarle directamente y otros se trastornan cuando se aproximan a usted».
Así Changó, Eshú y Aggayú hicieron pacto para que Oshun y Changó tuvieran la misma prerrogativa para asentar la lerí de los hijos de Aggayú, siempre y cuando los mismos no pudieran hablarle directamente. Para firmar el pacto, Aggayú le puso a Changó akuko, meyi, etu y ellelé, le dibujó en la cabeza debajo de corona de Changó una línea roja, una blanca y otra roja. Changó entonces le sirvió a Aggayú etu, akuardo, oka, olele, ekru y aro. Para que todos supieran que este pacto era firme cada vez que el volcán hace erupción, sale primero el fuego que es Changó y luego la lava, que es Aggayú.